El amor, la increíble paradoja de una emoción que, evolutivamente, arraigó en los circuitos cerebrales, entre otros, de las recompensas y el placer con el fin de generar el esplendor necesario para garantizar la perpetuación de la especie, aunque como yo la he titulado “la enfermedad más antigua del mundo” continúa siendo fuente de sufrimientos impensables.